La candidata gritona

por Clara Nava

Este cuento forma parte del libro Cuentos Chirundos de Clara Nava, en venta en Publicaciones Fabián, Librería UMAR, Kabbalah, Casa 12, y Alebrije Lector.
aclaramar@hotmail.com



Clara Nava, Foto: Ernesto Torres
Clara Nava, Foto: Ernesto Torres

En la asamblea anterior del mercad o llegaron todos los candidatos a la presidencia municipal. Todos ellos felicitaron a los locatarios por la reciente certificación como uno de los mercados más limpios del estado. Sus promesas se enfocaron sobre las estrategias para enganchar a los turistas y consuman aquí. Aseguran ser nuestros amigos fieles porque aquí realizan sus compras, prometieron capacitarnos a nosotros y a los demás servidores públicos de Puerto Escondido para que aprendamos a vender en inglés.

Es obvio que los candidatos no nos conocen. Tienen razón en un solo punto, el más sensible, “no hay venta”; por lo demás, la mayoría de nosotros no sabemos ni letra ni numero, sabemos contar y restar desde nuestras cabezas, a veces aturdidas porque los clientes quieren que se les atienda a todos de una sola vez y los proveedores por igual. Cuando hay que firmar, ponemos la huella del dedo gordo derecho si hay con qué, si no, al menos una cruz temblorosa con una pluma. ¿Vender en inglés? Güerito, do you want chicharrón?

Los extranjeros viajan por el interés en acercarse a otra cultura, esto quiere decir, para observar, no consumen lo que hay en el mercado, ellos comen en sus hoteles por miedo a alguna infección o les resulta más barato o más vale lo conocido que experimentar con lo exótico. Si el extranjero supiera que nosotros sabemos inglés, querría que le explicáramos las cosas como si ellos fueran extraterrestres, preguntan todo y entienden poco, sus vidas están muy lejanas a las nuestras como la de Júpiter a nuestro planeta. Esto es una pérdida de tiempo para nosotros. En esto sí coincidimos con los gringos: Tiempo es dinero. Si ellos estuvieran estacionados en nuestros puestos preguntando lo que para nosotros es obvio, ocuparían el lugar de algún cliente que sí quiera comprar, lo cual sí sucede con el turista mexicano: gasta sin escatimar y pregunta poco porque ya sabe lo que quiere: queso Oaxaca, los oaxaqueños todo lo enredan; mezcal, chocolate, pan, mole. ¿A cambio de qué estaríamos contestando a preguntas sobre lo que ellos no comerán y a nosotros nos fascina como una salsa de hormigas culonas o chicatanas u ojotones fritos o palo de chile o chapulines o gusanos de maguey?

¿Quién asesora a los candidatos? ¿Cómo se les ocurrió que nosotros tenemos tiempo o ganas para aprender otro idioma? ¿Por qué tendríamos que hacernos bilingües si son los extranjeros quienes andan en nuestra tierra? Y, por si fuera poco, hay muchísimo fuereño que ni conoce inglés, vienen de otros rincones del mundo a vivir o pasar una temporada aquí, todos son iguales en el sentido que están a gusto con el paisaje, pero a disgusto con los habitantes locales. Los candidatos son todos raros, a veces ni les entendemos qué nos quieren decir, qué nos están ofertando, de qué están hablando, a veces pensamos si son ellos los que no se explican o nosotros somos muy brutos o nos dormimos durante una parte del discurso. Sin embargo, nosotros optamos por aplaudir si hay que aplaudir. Nos sonríen, les sonreímos. Nos abrazan, los abrazamos. Bailan, bailamos y así sucesivamente. Forma es fondo en cualquier relación y nosotros cumplimos con lo que nos toca.

Escuchamos a una candidata, a una gritona, entusiasmada con el micrófono y las miradas de casi quinientas personas, respaldada por sus hombres, su equipo de trabajo, a quienes nunca en sus vidas se les había visto sonreír, pero ahora a espaldas de la candidata mostraban sus dientes, sostenían la sonrisa comprobándole a la asamblea que sí tienen dientes, dientes normales, dientes comunes y corrientes, como los de todos los demás, incluso, mostraban sus colmillos, sus sonrisas iban de una oreja a la otra. Sospechamos que era una sonrisa forzada, aunque agradecimos por puro morbo, verles sus dientes y sus colmillos que supieran lo que es vender y lo lejos que estaban de hacerlo.

En este municipio como en el país, está muy lejos de elegir a una presidenta. La mayoría de electores somos mujeres, entre nosotras somos rivales, enemigas, brujas y locas. No nos leemos la mano, perro no come perro, nos decimos. Vernos reflejadas en otra igual no lo permitiríamos. En otras palabras, una presidenta tendría que ostentar características masculinas para seducirnos: debe lucir ecuánime, concentrada, paciente, reflexiva... Aunque sea solo una imagen, una pose, eso nos demostraría que sabe manejar sus emociones. Sin embargo, en esta candidata gritona vimos los berrinches cotidianos que hacemos para conseguir algún favor o dramatizar algún reclamo, vimos parte de lo que somos y no nos enorgullece. Mis compañeras murmuraban mientras tanto: ¡Ni que estuviéramos pendejas para votar por una pepitona igual a nosotras! Finalmente, nosotros fuimos muy amables tal como ella se presentó, le recibimos sus playeras, sus gorras y una flor. Por supuesto, a la hora de contar los votos, dicen que quedó en último lugar. No lo dudo.



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