Cruzando la frontera en una tabla de surf
Platica con los surfistas locales y pronto escucharás historias de como ellos o sus amigos cruzaron la frontera desde Tijuana a Imperial Beach de San Diego remando en su tabla de surf. En una noche tranquila, el trayecto solo toma dos horas en un mar abierto gélido e infestado de tiburones. Con buena suerte no verás tiburones, sino delfines y focas.
Remas acostado para que no te vean los guardacostas o la migra. Traes puesto un wet suit completo y botas, (algunos usan guantes y gorro); también llevas un celular, efectivo y un cambio de ropa metido en una bolsa de plástico en la espalda.
En la noche hay que remar 500 metros fuera de la costa con una tabla larga, a 100 metros de las olas, pero como la costa curvea, a veces estás dentro de ellas. Por supuesto, debes estar en forma y conocer bien el mar. O puedes tratarlo ebrio en un body board.
Alfonso (todos los nombres se han cambiado) es famoso en Puerto Escondido por haber cruzado la frontera bien borracho en su body board; se desmayó en mar abierto y lo rescataron los guardacostas gringos. Los agentes creyeron que habían capturado un cargamento de droga de contrabando. Al final, pasó un mes en la cárcel y regresó a Puerto con una historia que contar.
Si todo va bien, llegas cerca de las primeras casas de Imperial Beach, que están a un kilómetro del muelle, y tus amigos te estarán esperando con un coche. Aunque no siempre pasa así.
Rogelio ya había cruzado remando la frontera con éxito dos veces cuando en el 2011 su suerte aparentemente cambió. La migra lo descubrió cuando llegaba a la orilla de la playa y lo forzaron a correr hacia el muelle donde se escondió. Allí subió por uno de los palos como si fuera una palmera de coco, y se encajó entre el andador y la pipa que bombea agua a los restaurantes, agarrándose de los tornillos que la sostenían. Se sentó ahí cuatro horas, mientras un helicóptero y más de 20 agentes de la migra y los guadacostas lo buscaban.
Dos veces tuvo ganas de toser, lo que lo hubiera delatado, así que lamió el agua salada de su wet suit. Trajeron un perro, el cual daba vueltas en el muelle arriba de su escondite, pero los agentes no creyeron que estuviera en ese lugar. Finalmente, exhausto, Rogelio pensó en rendirse cuando escuchó a un agente comentar que iba a golpear al responsable de una búsqueda tan cara y tardada. Por eso, Rogelio decidió que si lo iban a golpear, mejor que lo encontraran a entregarse.
Al final, la migra fue quien se dio por vencida. Pero no fue fácil la caminata a la casa de su amigo. Primero un coche lo siguió. Como era de madrugada, existía la posibilidad que el conductor llamara a la policía, y Rogelio se escondió en los arbustos. Luego se perdió. Finalmente, cuando llegó a la casa, salió un desconocido diciendo que su amigo estaba durmiendo y que regresara más tarde. Eran las 5 a.m.; él salió de Tijuana a las 10 p.m. la noche anterior. Afortunadamente, la esposa de su amigo se despertó y lo reconoció. Pudo darse un baño caliente, desayunar y dormir una hora.
Rogelio todavía debía encontrar a sus dos amigos con los que inició a cruzar la frontera. Se habían separado en la parte mexicana del océano. Esa misma mañana encontró a uno de ellos caminando en la carretera. Los de la migra no lo habían visto porque llegó a la playa justo en el momento en que ellos salieron a perseguir a Rogelio. Como su amigo es güero y pudiera ser un indigente pasó desapercibido por la policía. Por la tarde pudo comunicarse con su otro amigo que estaba seguro en Tijuana. Había decidido no arriesgarse en las olas.