Llámame Justo
Llámame Justo. Esto es lo que les digo a todos en México cuando tengo que repetir mi nombre por segunda vez porque no entienden la pronunciación de mi nombre en alemán. Soy de Alemania y hasta que llegué a México, hace seis meses, siempre me llamaba Justus (con la primera letra como “Y” en “yo”). Pero aquí la pronunciación de mi nombre causa problemas que nunca pude imaginar. Por eso ahora uso la pronunciación española de jota y he cambiado el “us” final de mi nombre a una “O”.
Vivo y trabajo en varias comunidades en el municipio de Tututupec bajo el auspicio de Ecosta Yutu Cuii en Santa Rosa de Lima, comunidad a 70 kilómetros al oeste de Puerto Escondido. Ecosta se dedica a la protección del ambiente y el desarrollo rural, apoya y organiza más de 30 proyectos.
Cuando terminé la tesis de licenciatura en Alemania, decidí que quería tener la oportunidad de conocer la vida en otra cultura y en otro continente antes de seguir con mi educación universitaria. Como ya hablaba el español, un país hispanoamericano me parecía una buen opción. Así me puse en contacto con Weltwärts, una organización patrocinada por el gobierno alemán que despacha a los jóvenes voluntarios por el mundo.
De todos los proyectos que maneja Weltwärts solicité tres —en Nicaragua, Ecuador y México— en el área de protección ambiental. No tengo ninguna idea de cómo coordina Weltwärts a los voluntarios con sus proyectos, pero me dijeron que podía trabajar en México, en Tututepec, Oaxaca.
Luego empezó la parte administrativa de mi servicio: firmar contratos, asistir a talleres, recaudar fondos (lo que no es obligatorio pero sí muy recomendable), solicitar un visado, etcétera. Hice amistades en los talleres con otros voluntarios que iban a México haciendo mucho más fácil el vuelo y el primer encuentro con este país desconocido.
En la Ciudad de México asistimos a más talleres antes de salir a los proyectos en varias partes de la República. ¡Aunque no es tan cierto! Por razones de seguridad hay estados como Guerrero y Michoacán que no nos permiten entrar. Si vamos allí y tenemos problemas, no podemos contar con la ayuda de la organización alemana.
Al principio, me fue difícil acostumbrarme a la vida en el poblado de Santa Rosa de Lima. Solo viven allí cientos de personas, y muy pocas son de mi edad. Tampoco esperaba que ser vegetariano fuera un problema. Los restaurantes y vendedores ambulantes o no tienen comida vegetariana o hay muy pocas opciones. Resulta que siempre comes las mismas quesadillas. Además, durante los primeros meses mi estómago luchaba con la comida mexicana. La vivienda era humilde, mi movilidad limitada, mi humor estaba mal.
Tampoco esperaba que la gente fuera tan distinta. Muchas personas no me miran a los ojos. Algunas siempre parecen aburridas o de mal humor. Los comerciantes no parecen tener mucho interés en sus negocios. Igualmente, a causa de mi altura poco usual y el color de mi piel y cabello, muchas personas forman suposiciones sobre mí. Soy güero, entonces debo ser un estadounidense rico. (¡Hola, gringo!) Como los gringos no son bienvenidos en todas partes de México, esto me ha causado problemas.
No obstante, mi percepción de los mexicanos cambió cuando fui a Puerto Escondido. Muy rápido me sentí bienvenido y disfruté de todas las comodidades que mi pequeño poblado no puede proveer (bancos, tiendas, comida internacional y gente joven). Pero a la vez me hizo apreciar las ventajas que tenemos en Tututepec. Por ejemplo, allí las relaciones personales tienen más importancia que la puntualidad. Los locales tienen un sentido fuerte de la solidaridad y un estilo de vida más sustentable. Sí, no hay la selección de comida que hay en Puerto, pero los ingredientes son frescos, locales y de la temporada. A veces puedo ir al campo y aprender sobre las técnicas necesarias para proveerme con una rica comida.
Hasta el presente, mi trabajo con Ecosta incluye enseñar el inglés (una gran sorpresa para mí), trabajar en una panadería, organizar la venta de huevos rancheros en tiendas en Puerto Escondido, implementar la separación de basura y algunos proyectos pequeños de diseño. No sé que vendrá, pero quedo a la espera de lo que sea. He aprendido que todos somos más fuertes de lo creemos, que siempre hay una manera de lograr una meta, los pequeños aportes pueden lograr cambios, que la mayoría de las personas son agradables y curiosas y una actitud positiva mejora todo.
Espero la segunda mitad de mi trabajo voluntario y también mis tiempos de relajo en los restaurantes y playas de Puerto Escondido cuando mi estómago y mente necesiten un descanso constructivo.